+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 8, 35-43
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: “En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario».
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: «Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme»”.
Y el Señor dijo: “Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.
Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”
Reflexión
En el Evangelio de hoy Lucas narra la curación de un ciego al llegar a Jericó, hermoso pasaje que tiene mucho que decirnos.
La escena llama la atención, en un primer momento, por la acción de aquellos que quieren impedir que el ciego (o sus gritos), lleguen a Jesús. Esa gente no quiere problemas y considera que este ciego, al gritar que Jesús es el hijo de David, provocaría conflictos. Pero, en un segundo momento, al fijar la mirada en Jesús, descubrimos nuevamente la acción de quien pone atención, de quien escucha la necesidad y responde a ella. A la pregunta de Jesús de qué quiere de él, el ciego no duda: «Maestro, que pueda ver». Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera nueva, con los ojos de la fe, con la mirada de Jesús, su vida se transforma.
A la luz del relato ¿qué gritos quiero que Jesús escuche? ¿mi petición se parece a la del ciego?