Hace mucho tiempo, en un lugar apartado de la India, había un cargador de agua que llevaba siempre dos grandes vasijas a los extremos de un palo que se mecía sobre sus hombros. Una de las vasijas era perfecta y la otra tenía algunas grietas. La primera, conservaba toda el agua al final del largo camino desde el arroyo hasta la casa, mientras la vasija rota llegaba con la mitad del agua a su destino.
Desde luego, la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía sin defectos. Pero la pobre vasija agrietada estaba avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía hacer la mitad de lo que se suponía era su obligación. Después de un tiempo, la tinaja quebrada le habló al aguador diciéndole: “Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes llevar a casa la mitad del agua que necesitas”.
El aguador le dijo, compasivamente, “Cuando regresemos a casa quiero que te fijes en el borde del camino”. Eso hizo la tinaja. Lo que vio fue una variedad inmensa de plantas y flores que adornaban el trayecto, desde el arroyo hasta la casa. El aguador le dijo entonces: “¿Te diste cuenta que las plantas y flores sólo crecen del lado por el que tu vas? Durante mucho tiempo el agua que dejabas escapar, fue regando esta orilla del camino y, poco a poco, gracias a tus grietas, ha ido floreciendo la vida sin que lo hubieras pretendido. Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear tanta belleza”.
¿Cómo ha sido tu día hoy?
¿Qué te dice el Señor?