Tú nos regalas el perdón.
No nos pides negociarlo contigo
a base de castigos y contratos.
«Tu pecado está perdonado.
No peques más.
Vete y vive sin temor.
Y no cargues el cadáver de ayer
sobre tu espalda libre».
No nos pides sanear
la deuda impagable
de habernos vuelto contra ti.
Nos ofreces una vida nueva
sin tener que trabajar
abrumados por la angustia,
pagando intereses
de una cuenta infinita.
Nos perdonas con todo el corazón.
No eres un Dios
de tantos por ciento en el amor.
«A éste setenta y cinco,
y al otro sólo veintitrés».
Hagamos lo que hagamos,
somos hijos cien por cien.
Tu perdón es para todos.
No sólo cargas sobre el hombro
a la oveja perdida,
sino también al lobo
manchado con la sangre del cordero.
Perdonas siempre.
Setenta veces siete
saltas al camino
para acoger nuestro regreso,
sin cerrarnos tu rostro
ni racionarnos la palabra,
por nuestras fugas repetidas.
Con el perdón nos das el gozo.
No quieres que rumiemos
en un rincón de la casa
nuestro pasado roto,
como un animal herido,
sino que celebremos la fiesta
de todos los hermanos,
vestidos de gala y de perfume,
entrando en tu alegría.
Te pedimos en el Padre Nuestro:
«Perdónanos como perdonamos».
Hoy te pedimos más todavía:
Enséñanos a perdonar a los demás
y a nosotros mismos
como tú nos perdonas a nosotros.
BENJAMÍN GONZÁLEZ BUELTA,
En El Aliento de Dios, Sal Terrae, Santander, 1995, 48-49.