Es verdad que puede parecer una exageración, pero en un día se puede concentrar lo que pasa mucho en nuestra vida. Pudo ser un día de esos que quisiera olvidar, o quizá uno de aquellos que no quisiera que acaben nunca, que sean eternos. O uno simplemente de los de siempre. En la mirada a mi propia historia, puedo abrazar de un modo nuevo mi pasado, reconciliándome conmigo mismo/a y con las personas con las que he vivido, cerca o lejos, a lo largo de mi día. Se profundiza la mirada a mi presente, descubriendo en lo que vivo la presencia de Dios, sus regalos, sus llamadas. Y miro con confianza mi futuro: el mismo que me espera al final es quien camina conmigo… Mi historia es, a la vez, historia de Dios: historia de su amor por mí, de su fidelidad, de su perdón…
¿Qué le dices al Señor antes de finalizar el día?
¿Qué te dice el Señor en este día que concluye?