La fe del centurión romano sorprende a todos. En primer lugar, no pide un favor sí, sino para alguien que está bajo sus órdenes y del cual tiene responsabilidad sobre él. En segundo lugar, el soldado del imperio romano reconoce que también él está sujeto a órdenes de otras personas, de sus ‘superiores’. Lo realmente interesante es que este oficial romano se pone a las “órdenes de Jesús” ignorando las reglas sociales de la época. Al igual que el soldado, Jesús al ver la fe este hombre, se salta las reglas sociales y le concede lo que pide. ¿Estoy dispuesto a ayudar a todas las personas que Dios coloque delante de mío?
Reflexionamos
Al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole: “Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente”. Jesús le dijo: “Yo mismo iré a sanarlo”.
Pero el centurión respondió: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: “Ve”, él va, y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “Tienes que hacer esto”, él lo hace”.
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos”.