La sabiduría de la cruz enseña que el objeto del amor de Dios no es el superhombre o la mujer ideal, sino estos seres sucios y pequeños que somos nosotras y nosotros. El mundo nuevo no lo crea Dios destruyendo este mundo viejo, sino que lo está reconstruyendo a partir de él. No realiza al hombre y la mujer nuevos creando a otros seres, sino con nuestro propio barro “viejo”. Es a este ser así a quien Dios ama.
La cruz es, pues, el lugar en el que se revela la forma más sublime del amor; donde se manifiesta su esencia. Amar al enemigo, al pecador, poder estar en él, asumirlo, destruyendo su negatividad, es amar de la forma más sublime…
Me debo esforzar por acompañar a Jesús, con admiración y reverencia, en la cumbre de su amor, dejándome interpelar por él.
Pido al Padre Dios que me haga comprender cada vez más a fondo este misterio insondable de su amor, manifestado en la cruz de su Hijo. Que conozca y ame a Jesús de tal forma, que sea capaz de acompañarlo en sus pasos de dolor, los de entonces y los de ahora.