Cuando Jesús estuvo cerca de Jerusalén y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: “¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos.
Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios”.
Reflexionamos
Jesús se acerca a la ciudad de Jerusalén, capital de Palestina, centro político, religioso y económico del país. Al contemplarla, llora porque sus conciudadanos no han podido reconocerlo como el Salvador. La ceguera de la ciudad terminará con su caída. Este hecho sucedió el año 70 cuando el general Tito destruye la ciudad. Rechazar a Jesús y sus palabras de paz y justicia implican oponerse a Dios. También nosotros podríamos decir que en alguna oportunidad hemos sido rechazados al igual que Jesús. ¿Puedo asumir responsablemente algo o más bien deseo evadir esa tarea?