+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?”.
Jesús le preguntó a su vez: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”.
Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”. “Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida”. Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”.
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: ‘Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver’. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”.
“El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”.
Palabra del Señor.
Reflexión
Hemos iniciado la semana número veintisiete del “Tiempo durante el Año” y seguimos la lectura “semicontinua” del Evangelio según San Lucas. Estamos acompañando a Jesús en su largo y decidido camino hacia la ciudad santa de Jerusalén y, con ello a su Pascua, según el particular relato del evangelista. El texto de hoy empieza con un diálogo entre un maestro de la ley y Jesús sobre qué hacer para heredar la Vida eterna, este es el interrogante que el doctor de la Ley plantea y, frente a la pregunta, Jesús lo remite a las Sagradas Escrituras preguntándole qué aprende de ellas, y el maestro responde bien uniendo el amor a Dios (Ex 20,2-4) y al prójimo (Lv 19,18) tal como Jesús enseña, pero pregunta ¿Quién es mi prójimo? El Señor responde a esta pregunta con la hermosa parábola del Buen Samaritano. Cuatro son los protagonistas de la narración, el hombre asaltado y sus tres posibles socorristas; de los tres que podían haber socorrido al malherido el sacerdote y el levita eran conocedores especialistas de la Ley, en cambio el samaritano era un extranjero pagano, ignorante de la Ley de Moisés. Lo asombroso de la historia que narra Jesús es que aquellos que conocían la Ley (el sacerdote y el levita) no fueron capaces de entenderla de verdad y de vivir y actuar de acuerdo con ella, porque no conocen el corazón misericordioso de Dios, por eso viniendo del Templo de Jerusalén ellos simplemente pasan de largo; en cambio el samaritano, extranjero e ignorante de la Ley, sí tuvo compasión y se mostró misericordioso, así como lo es Dios, porque se hizo prójimo del hombre asaltado. Así la pregunta según Jesús no es ¿Quién es mi prójimo? Sino ¿De quién yo me hago prójimo?
¿He experimentado la misericordia de Dios? ¿Me hago prójimo de los más necesitados? ¿Conozco la Palabra de Dios? ¿La practico?