La fe no es una certeza que cada uno puede construirse. No depende de nosotros. La fe es un don de Dios.
¿Quién puede entender el misterio de Dios si es infinitamente superior a nuestro entendimiento? ¿Quién puede siquiera imaginar que Dios se hace hombre, que muere por nosotros, o que incluso está presente en el pan de la Eucaristía?
Por muy grande que sea nuestra inteligencia, Dios es siempre mayor, nos supera. Por eso, la fe no depende sólo de nuestro entendimiento. La fe es un don de Dios.
Es el Espíritu Santo quien fortalece la fe de los apóstoles y les impulsa a salir.
Es el Espíritu Santo quien hace posible que podamos proclamar a Dios como Padre y a Jesucristo como Señor.
En esta noche digamos con fuerza: ¡Ven Espíritu Santo!
¿Qué don del Espíritu deseas para ti y tu familia?
¿Qué don se necesita hoy allí donde estás?